jueves, 9 de enero de 2014

Agonalia




El castillo se ha derrumbado, pero siempre nos han gustado las ruinas. Y más si son de paredes traslúcidas por las que se pudieron entrever cosas que existen a ratos, o valses tocados al revés.
Enero me ha soñado y aquí estoy otra vez. Soy la octava versión de mí misma, y por tu gracia, Jano, miro hacia atrás con gratitud honda, y también miro hacia adelante con la inocencia que merecen los inicios fraguados bajo tu arco.

No he matado ningún cordero para esta Agonalia, dios de los principios y de los finales, y no lo voy a hacer (muchas cosas han cambiado desde que eras popular, oh, guardián). Pero yo me llamaré a mí misma Agnes, me ofrecezco como el sacrificio necesario para agradarte, Jano, y es que necesito de ti. Que abras las puertas de lo que viene y lo que se va, mientras duplico la frente, la mirada hacia atrás y hacia adelante, generoso bifronte. 

Nos gustan las ruinas y los umbrales. Todo aquello que sea una posibilidad. Una forma de no diluirse en la corriente del gran río, de no morir mientras una no hace mas que estar, y pensar en los problemas pequeñitos, e ignorar todo lo que rota y suena allá arriba, la canción del vacío entre las estrellas.

Camino entre las ruinas, en el Jardín de las Cuatro Estaciones. Recogemos ópalos como conchas marinas a la orilla de la playa. Miramos, Jano, hacia el mar y la montaña. Junto a mí, un gato, que es siempre el mismo gato, observa su recorrido en la línea de tiempo, cómo caminamos juntos. Hacia mis padres y mi hermana y mis abuelos y mis tíos, y también hacia mis sobrinos, hacia el hueco luminoso que será una familia, hecha de otras cosas, no precisamente de carne. 

Aquí estoy, Jano, vestida de cordero, dispuesta a hacer que cuenten todos los principios y todos los finales de mi vida.





No hay comentarios:

Publicar un comentario